No me gustan los príncipes azules, ni los quiero, porque ni soy princesa, ni de ningún color que quede bien con el azul. Tampoco busco un super héroe que solucione mi vida y problemas, que me coja en volandas y me proteja.
Quiero golpearme en la vida, quiero sentir la dureza del suelo, el salado de las lágrimas y el sabor de la sangre, quiero sentirme viva y vivir. Pero si quiero alguien que me pregunte como estoy, que me ayude a sanar, que me quiera y se preocupe por mí, que sólo con mirarme a los ojos o escuchar el tono de mi voz comprenda que no estoy bien.
Me gustará que en los días buenos planee conmigo viajes a sitios desconocidos, que me llame de forma inesperada y de forma cariñosa, que decida jugar conmigo una partida de ajedrez o simplemente me cuente su día a día. Pero también me gustará que en esos días malos sea capaz de no ser príncipe y ser sapo, de decirme lo que piensa, de nunca hacerme escuchar lo que quiero y sin necesidad de hablar hacerte saber que está.
Prefiero mi sapo, un sapo con imperfecciones, un sapo verde o marrón, un sapo que le guste jugar y no matar dragones, que decida malgastar su tarde de domingo en casa contigo a salvar el mundo, que en lugar de utilizar una espada utilice sus palabras y su mirada. Un sapo que haga real la historia y no un sueño maravilloso, porque cuando se despierta todo se esfuma.
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