sábado, 7 de abril de 2018

Reflexión de sábado

Estoy en un punto de mi vida, en los que los buenos ratos los busco día a día, donde se me acumulan las comidas, cafés y cenas con amigos, e incluso hay momentos en los que llego a pensar que debo de relajar el ritmo que llevo, cuando las personas que me rodean me dicen "no paras". Pero sinceramente no me apetece frenar o poner dificultades a cosas que me hacen sentir bien. 

Disfruto de la comida de los lunes con compañeros y ese pequeño relax que da desconectar del trabajo. Me encanta saber que cuentan conmigo los fines de semana o entre semana y que tengo la posibilidad de quedar todos los días de la semana porque siempre hay alguien que me escribe (y aunque suene egoísta, es así). Me apunto a una comida improvisada aunque me espere en casa un tupper listo para calentar, me gusta unas cañas por la noche aunque ya me haya puesto el pijama. 

Porque reconozco que si hay una palabra que me pueda definir, esa es "sociable". Y aún así, con todo este ambiente "festivo" que me rodea, con la de personas que tengo que cuentan conmigo, con la de momentos felices que superan a los malos, siempre vuelven a mi cabeza los mismo rostros de personas que he perdido por el camino y me encantaría tener. Y lo cierto es que no me siento mal, ya que me he resignado al cambio...  

A algunos los intento recuperar y otros son como un semáforo en ámbar en mi vida, aparecen y desaparecen pero sin seguir siempre el mismo tiempo entre intermitencia e intermitencia. Es probable que esa sea la causa de no poder desconectar sentimientos y pensamientos. Aún así siempre me centro en lo que tengo delante, en las risas y sonrisas que me ofrecen las personas que tengo delante, en la felicidad de sentirse querida y en saber que me quedan mil cosas por vivir y disfrutar acompañada siempre de gente que me hará feliz. 

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