
Vives preparándote durante un curso entero para un mismo momento, y cuando llega la hora de la verdad te fallas a ti mismo. Todo eso que tenías en la mente se te olvida, la voz no te sale del cuerpo, las piernas te tiemblan y el corazón puedes sentirlo sin necesidad de colocar la mano sobre tu pecho. Y sientes una gran decepción, porque en una hora no eres capaz de dar ni un 25% de ti mismo y de lo que tenías planeado.
Pero te queda el consuelo de un abrazo al llegar a casa, de un consuelo en el desconsuelo cuando lloras de rabia, impotencia y coraje, de un montón de palabras de ánimo que aunque no animan porque de nada sirve lo que te digan, si que es cierto que las agradeces igualmente y de una sonrisa que te anima a volver a intentarlo en otra nueva ocasión.
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