lunes, 20 de febrero de 2012

Teatro

Ayer se celebró la gala de los Goya. Una gala larga, entretenida y amena. O eso dicen todas aquellas personas con las que he hablado y la ha visto. Yo sin embargo, opté por aprovechar mi tiempo en cosas más productivas, ya que me parece que hay premios de actuación que le sientan mucho mejor a otras personas que a grandes actores y actrices ya reconocidos por todos. 

Existe gente que vive en una gran actuación día a día, y que lo hacen tan bien que nadie se da cuenta de lo que se esconde detrás de una sonrisa o detrás de una palabra amable. Que su modo de viva está sobre un escenario, que los pasos más seguros que da son sobre las tablas y que no se conocerá su verdadero rostro, sino la careta que oculta su verdadera personalidad. Esas personas son las que deberían de tener un Goya, por ser capaz de ser así durante todo un año.

Luego están los personajes secundarios de la historia. Esos que se encuentran con el gran actor y que dependiendo de la personalidad, son arrastrados por él y mentir será otra de sus características, o bien simplemente se dan cuenta de la verdad, son listos e inteligentes y permiten que sigan con la actuación pero prefieren verlo desde las gradas, quizás en un palco, para poder aplaudir en aquellos momentos que le vaya bien. 

La vida es un poco así. Nos encontramos todos los días con grandes actores, con sonrisas que no lo son y con palabras que no se piensan, sino que se recitan. Y todos, alguna vez hemos sido esos grandes actores, esas personas que ocultan algo y que no quieren que los demás lo sepan. No juzgo a quien lo ha hecho o quien lo haga, pero creo que muchas veces sería necesario un mundo sin actuación. 

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